Proponen ampliar oferta de carne caprina

Sugieren que sea a base de capones y cabras viejas. Recomiendan llevar alimento al campo para suplir las carencias.



La suplementación alimentaria de los piños, la incorporación de nuevas categorías al mercado y la organización de esquemas productivos, de faena y comercialización, surgieron como temas relevantes analizados durante el taller nacional sobre tecnologías disponibles para la producción de carnes caprinas.

El encuentro tuvo lugar en Malargüe, organizado en forma conjunta por la Facultad de Veterinaria de la Universidad Juan Agustín Maza, el INTA Rama Caída, la Unidad Técnica Ejecutiva de la Ley Caprina y de la Ley Ovina (Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación), la Dirección de Ganadería de la provincia de Mendoza y la Municipalidad departamental.

La convocatoria permitió reunir a productores, profesionales y estudiantes de16 provincias argentinas y de 14 universidades (entre estatales y privadas); y se realizó junto con un taller nacional sobre la enseñanza de la producción caprina en las universidades argentinas.

La suplementación
El Dr. Patricio Dayenoff, coordinador de la comisión organizadora, remarcó que que el sector caprino se asienta, en general, en zonas de una producción forrajera limitada por las escasas lluvias que caracterizan a las zonas árida y semiáridas.

“Hay que hacerle entender al productor la necesidad de ajustar la carga a las posibilidades del campo, es decir la cantidad de animales por hectárea que debería poner o cómo manejar racionalmente el pastizal natural”.

El profesional, docente de la Universidad Juan Agustín Maza e investigador del INTA Rama Caída, en San Rafael, señaló las estrategias posibles para utilizar en campo.

“Para que el productor mantenga un nivel de ingresos medianamente interesante, es necesaria la suplementación”, indicó. Dayenoff recomienda trabajar con alfalfa y maíz, ya que son dos elementos que se pueden conseguir con facilidad.

Remarcó que el concepto de la alimentación “es básico porque una cabra que no come difícilmente pueda preñarse, y por lo tanto parir un cabrito, criarlo y, en consecuencia, no habrá producción para vender”.

Consultado sobre el impacto que tendría en la ecuación del negocio el hecho de recurrir a productos que se encarecen por el costo adicional del flete, estimó que “haciendo un cálculo muy rápido un productor podría gastar alrededor de $60 por cabra y por año, para garantizar la posibilidad de tener un cabrito que lo va a vender a $200 en la temporada que va de diciembre a febrero”. Dayenoff comenta que hace tres años hicieron ensayos de parición de otoño-invierno en Malargüe, con ese costo de suplementación, “y los cabritos terminaron vendiéndose a partir de agosto, cuando normalmente no hay disponibilidad, en 300, 350 y hasta en 400 pesos, en Las Leñas”. Admite que “es un hecho de mercado muy puntual, pero la posibilidad está”.

Capones y cabras viejas
Otra línea sobre la que se trabajó en los talleres realizados en Malargüe está relacionada con las alternativas cárnicas, para sumar opciones al chivito de 30 a 50 días. “La idea -dice Dayenoff- es que en la góndola del supermercado haya permanentemente carne de origen caprino”. En este sentido, el profesional develó que se habló de una categoría que hoy no existe comercialmente -para el caso de esta especie, aunque sí en ovinos y porcinos- que es el capón (el chivo de 6, 9 o 12 meses). Esto permitiría tener presencia en el mercado durante todo el año, y no sólo en la época de zafra, con la carne de cabrito.

El investigador indica que la carne de chivo capón “más que un commodity sería una especiality, con un precio que debería ubicarse por encima del de la carne vacuna, por ejemplo”. Aclara que “esta carne de capón que proponemos no es para vaya al gancho o al corte como en una carnicería bovina, sino en cortes estilo europeo, envasado al vacío y con una presentación especial, para darle mayor valor agregado al producto”.

Otra opción la presenta la cabra de descarte. “En Argentina hay, fácilmente, entre 750.000 y 800.000 cabras viejas, la mayoría de las cuales muere en el campo. Esa categoría también debe ir al mercado, en este caso a un precio más bajo que el precio de la carne bovina, que tendría un segmento importante de demanda en el mercado interno”.

El taller realizado en agosto fue cerrado, precisamente, por la presidente de la Cooperativa El Carrizalito (del Sur de Malargüe), que viene trabajando con el INTA desde el año 2000 en un proyecto de cooperativa. La idea es trabajar para asociar a los productores, integrarlos en la cadena (incluidos los eslabones de faena y comercialización). De hecho, esa cooperativa tiene registro de la ONCCA. La entidad tiene hoy la posibilidad de faenar los animales de sus asociados y de terceros.

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